martes, 21 de enero de 2014

Kierkegaard: angustia, posibilidad e infinitud


“En uno de los cuentos de los hermanos Grimm se relata la historia de un mozo que salió a correr aventuras con el solo fin de aprender a horrorizarse. Dejemos a este aventurero que siga su camino, sin preocuparnos ahora de si llegó o no llegó a encontrar algo capaz de infundirse espanto. Lo que sí quisiera dejar bien claro es que ésa es una aventura que todos los hombres tienen que correr, es decir, que todos han de aprender a angustiarse. El que no lo aprenda, se busca de una u otra manera su propia ruina: o porque nunca estuvo, o por haberse hundido del todo en la angustia. Por el contrario, quien haya aprendido a angustiarse de la debida forma, ha alcanzado el saber supremo”[1]

La construcción teórica de Kierkegaard se resuelve en una pneumática sistematizada en función de la correlación verificada entre los elementos a ser analizados con el estado de desarrollo de la conciencia alcanzado. A su vez, esta emergencia cualitativa de la conciencia se entiende como una presencia cada vez más exclusiva del espíritu en la síntesis, espíritu que verifica una trayectoria desde la inocencia, donde la misma se encuentra como soñando, pasando por las formas más bajas de la animalidad y alcanzando, en el desesperado consciente que quiere ser él mismo (en la desesperación desafío), las formas más depuradas del demonismo y del desvelo.
La angustia es la realidad de la libertad en tanto posibilidad frente a la posibilidad. Pero la libertad es la posibilidad antes de la posibilidad. ¿Qué es la posibilidad antes de la posibilidad? La construcción de los posibles y la determinación recíproca respecto a mi Yo, en tanto que estos posibles son míos. La libertad en tanto posibilidad antes de la posibilidad abre un abismo en la consistencia de los objetos delimitando un ámbito de indeterminación por el que se filtra la angustia anegando el estado anímico.
La angustia es la presencia de la nada que se infiltra en la conciencia de los posibles y el reconocimiento de la responsabilidad asociada a la decisión en tanto yo me defino necesariamente a mí mismo. La angustia aparta un abismo de nihilidad en el alma por el que se adivina lo infinito. En efecto, la capacidad de angustiarse es de hecho un síntoma de la alta dignidad metafísica de la criatura humana, su situación de animal espiritualmente erecto y su orientación religiosa.
Toda determinación de la voluntad elige un posible entre los disponibles para su definición. Ahora bien, ¿qué significa lo real frente a lo posible? Lo real no es lo virtual destruido, sino lo virtual colmado, lo potencial efectivizado. Pero el despliegue de virtualidades definido de un acto ontológico específico se desvanece en la acción efectivizándose un ser concreto entre los muchos anulados. Ese virtual es colmado, conduciendo la esencia a la realidad, pero esa efectivización involucra una neutralización de la virtualidad operativa del conjunto de los demás posibles no efectivizados.
Ahora bien, la posibilidad es la más pesada de las categorías, y el educado en la misma es el elegido para cargar con un sino purificatorio. La razón es clara: el educado por la posibilidad es educado por lo infinito; en tanto que el educado en la realidad, lo es solamente de una manera finita, por el posible efectivizado. El alumno de la posibilidad es formado por todo el espectro de lo realizado y lo no realizado. Por eso lo posible educa infinitamente, y el educado por lo posible no encuentra descanso, se halle donde se halle. Porque lo posible es una fórmula del espíritu que descubre en sí y que conduce a la culpa, no gravitando entonces en las cosas mismas, lo posible se descubre en uno mismo y es un espíritu puesto a disposición del alma y del Yo para servirse de ella y desnudarla de todo engaño. Es en ella donde ésta descubre su responsabilidad infinita y su capacidad de perdición, pero es también solamente por ella donde ésta puede ser salvada.

“El verdadero audodidacta –cabalmente por serlo y en la misma medida en que lo sea- es teodidacta, según nos ha dicho otro escritor; o digamos, para no emplear una expresión de tan marcado sesgo intelectual, que aquél es ‘ el que cultiva personalmente la filosofía’ u en el mismo grado ‘el que trabaja al servicio de Dios, o con la ayuda divina’. Por eso, quien en relación con la culpa esté educado por la angustia, nunca podrá descansar hasta que lo haga en la Providencia”[2]



[1] Kierkegaard, S., El concepto de la angustia. Apéndice: la angustia junto con la Fe como medio de salvación.
[2] Op. Cit

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