“En uno de los cuentos de los hermanos Grimm se relata la historia de
un mozo que salió a correr aventuras con el solo fin de aprender a horrorizarse. Dejemos
a este aventurero que siga su camino, sin preocuparnos ahora de si llegó o no
llegó a encontrar algo capaz de infundirse espanto. Lo que sí quisiera dejar
bien claro es que ésa es una aventura que todos los hombres tienen que correr,
es decir, que todos han de aprender a angustiarse. El que no lo aprenda, se
busca de una u otra manera su propia ruina: o porque nunca estuvo, o por
haberse hundido del todo en la angustia. Por el contrario, quien haya aprendido
a angustiarse de la debida forma, ha alcanzado el saber supremo”[1]
La construcción teórica de
Kierkegaard se resuelve en una pneumática sistematizada en función de la correlación
verificada entre los elementos a ser analizados con el estado de desarrollo de
la conciencia alcanzado. A su vez, esta emergencia cualitativa de la conciencia
se entiende como una presencia cada vez más exclusiva del espíritu en la
síntesis, espíritu que verifica una trayectoria desde la inocencia, donde la
misma se encuentra como soñando, pasando por las formas más bajas de la
animalidad y alcanzando, en el desesperado consciente que quiere ser él mismo
(en la desesperación desafío), las formas más depuradas del demonismo y del
desvelo.
La angustia es la realidad de la libertad en tanto
posibilidad frente a la posibilidad. Pero la libertad es la posibilidad
antes de la posibilidad. ¿Qué es la posibilidad antes de la posibilidad? La
construcción de los posibles y la determinación recíproca respecto a mi Yo, en
tanto que estos posibles son míos. La libertad en tanto posibilidad antes de la
posibilidad abre un abismo en la consistencia de los objetos delimitando un
ámbito de indeterminación por el que se filtra la angustia anegando el estado
anímico.
La angustia es la presencia de la
nada que se infiltra en la conciencia de los posibles y el reconocimiento de la
responsabilidad asociada a la decisión en tanto yo me defino necesariamente a
mí mismo. La angustia aparta un abismo de nihilidad en el alma por el que se
adivina lo infinito. En efecto, la capacidad de angustiarse es de hecho un
síntoma de la alta dignidad metafísica de la criatura humana, su situación de
animal espiritualmente erecto y su orientación religiosa.
Toda determinación de la voluntad
elige un posible entre los disponibles para su definición. Ahora bien, ¿qué
significa lo real frente a lo posible? Lo real no es lo virtual destruido, sino
lo virtual colmado, lo potencial efectivizado. Pero el despliegue de
virtualidades definido de un acto ontológico específico se desvanece en la
acción efectivizándose un ser concreto entre los muchos anulados. Ese virtual
es colmado, conduciendo la esencia a la realidad, pero esa efectivización involucra
una neutralización de la virtualidad operativa del conjunto de los demás posibles no
efectivizados.
Ahora bien, la posibilidad es la
más pesada de las categorías, y el educado en la misma es el elegido para
cargar con un sino purificatorio. La razón es clara: el educado por la
posibilidad es educado por lo infinito; en tanto que el educado en la realidad,
lo es solamente de una manera finita, por el posible efectivizado. El alumno de
la posibilidad es formado por todo el espectro de lo realizado y lo no
realizado. Por eso lo posible educa infinitamente, y el educado por lo posible
no encuentra descanso, se halle donde se halle. Porque lo posible es una
fórmula del espíritu que descubre en sí y que conduce a la culpa, no gravitando
entonces en las cosas mismas, lo posible se descubre en uno mismo y es un
espíritu puesto a disposición del alma y del Yo para servirse de ella y
desnudarla de todo engaño. Es en ella donde ésta descubre su responsabilidad
infinita y su capacidad de perdición, pero es también solamente por ella donde
ésta puede ser salvada.
“El verdadero audodidacta –cabalmente por serlo y en la misma medida
en que lo sea- es teodidacta, según nos ha dicho otro escritor; o digamos, para
no emplear una expresión de tan marcado sesgo intelectual, que aquél es ‘ el
que cultiva personalmente la filosofía’ u en el mismo grado ‘el que trabaja al
servicio de Dios, o con la ayuda divina’. Por eso, quien en relación con la culpa esté educado por la angustia, nunca podrá descansar hasta que lo
haga en la Providencia” [2]
[1] Kierkegaard,
S., El concepto de la angustia. Apéndice: la angustia junto con la
Fe como medio de salvación.
[2] Op. Cit.
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