domingo, 11 de enero de 2015

La filosofía del arte: la metafísica de Poe


I

Oinos. -Entonces, ¿es todo movimiento, de cualquier naturaleza, creador?

Agathos. -Así debe ser; pero una filosofía verdadera ha enseñado hace mucho que la fuente de todo movimiento es el pensamiento, y que la fuente de todo pensamiento es...


Oinos. -Dios.

II

La filosofía del arte consiste, fundamentalmente, en una inmersión en la substancia creativa del artista y en una comprensión de los resortes esenciales a su concepción, conjuntamente con el mecanismo peculiar de la misma. Pero, para ello, es necesario preliminarmente indagar en la filosofía que se encuentra detrás, y adentro, de sus realizaciones simbólicas. La ratio profunda de una obra artística es el sentimiento que se desborda. Pero sus límites se encuentran fijados por la índole peculiar de la misma, en una articulación lógica y racional que la administra y expresa. La razón, lejos de oponerse al sentimiento, lo torna operativo. El sentimiento, lejos de desvirtuar la inteligencia, le otorga dirección y profundidad. La intuición es la combinación magistral de las facultades coordinadas en su tarea de auscultación de la realidad substancial que manifiestan los seres. La intuición, así, trascendiendo la contingencia, comienza una especie de anclaje en lo eterno. Talento que es de unos pocos grandes genios, muy espaciados a través de la historia y casi siempre marginados en su tiempo.

En el caso de Poe, este escritor expone sus ideas filosóficas en unos cuantos escritos que podríamos denominar escatológicos. Ello es así, porque se sitúan en una esfera transmundana, y desde allí, desde la perspectiva de lo que ya está completo, nos refieren la historia y los acontecimientos del fin de esta nuestra vida carnal, de la destrucción de ese pequeño mundo que nos soporta y del inerme protagonista del drama humano que nos mantiene fascinados. Pero el final, otorga la perspectiva adecuada de la evaluación de los eventos. El Coloquio de Monos y Una narra los sucesos que siguen a la muerte del protagonista. La pérdida de los sentidos, la evolución de las sensaciones, el aturdimiento de las funciones y la emergencia de nuevas formas de aprehensión cognoscitiva que vendrían a estallar en el renacimiento de un cuerpo transfigurado. El Diálogo de Eiros y Charmión narra los sucesos que preceden al estallido del planeta. El encuentro con un cometa que se acerca, satura la atmósfera gaseosa en un fluido combustivo y lo transforma en una gran masa ígnea. Finalmente, tras la destrucción completa del mundo, El poder de las palabras refiere el encuentro de dos personas renacidas, y su conversación acerca de ciertos misterios del cielo que fundan el carácter de los objetos creados. Allí ellos, ejercitándose en la posesión de sentidos nuevos, surcan el cielo y abaten sus alas, sacudiendo la atmósfera etérea de la inmensidad del infinito estrellado; el sentimiento subyugado y la razón, reverente, se torna hacia el misterio de la creación, hacia la pregunta filosófica relativa al origen del universo manifestado.


Ya no existen sueños en el Edén, no nos encontramos más presos de fantasmas que nos subyugan. Por eso nuestros mismos nombres deben ser modificados. Así, en El poder de las palabras, Ágathos, uno de los protagonistas, responde las inquietudes de Oínos, el otro recién llegado. De este modo, en relación a la creación de los seres contingentes, Ágathos aclara:

Agathos. -Quiero decir que la Deidad no crea.

Oinos. -¡Explícate!

Agathos. -Solamente creó en el comienzo. Las aparentes criaturas que en el universo surgen ahora perpetuamente a la existencia sólo pueden ser consideradas como el resultado mediato o indirecto, no como el resultado directo o inmediato del poder creador divino.

Oinos. -Entre los hombres, Agathos mío, esta idea sería considerada como altamente herética.

Agathos. -Entre los ángeles, Oinos mío, sencillamente se la considera una verdad.

 Estas expresiones, con abordar un problema teológico perenne, se inscriben en el marco de un contexto dado: en este caso, el ambiente científico plantea la posibilidad de creación artificial de la vida. En ese sentido, se entiende el problema acerca de si esa creación humana vulnera la de Dios junto a la cuestión acerca de si esa creación artificial puede ser esgrimida contra la natural y divina.  La solución encontrada ancla en la vieja idea de las razones seminales y la distinción entre causas secundarias y primarias.
Ya en los albores de la reflexión teológica, Agustín abordó el problema de la interpretación de las Escrituras. En un lugar, se afirma que Dios creó todas las cosas juntas, pero por otro lado, en el comienzo del relato del Génesis se habla de una creación sucesiva. Ahora bien, en primer lugar, todas las cosas nacen juntas en tanto refieren al mismo presente intemporal. En segundo lugar, todas las cosas se encuentran complicadas en las causas fundamentales de la realidad. Del mismo modo, en Poe, las causas fundamentales de la realidad, los principios constitutivos que fundan la posibilidad de toda otra dinámica emergente, se articulan de acuerdo al ímpetu primeramente impuesto en la matriz fundamental, donde encuentra sustento toda potencialidad. De esta manera, a las realizaciones concretas de la realidad manifestada, se le abren, gradualmente, la posibilidad de nuevos causes a través de actualizaciones diferenciales, abiertas en la condición de coexistencia del espacio y orientadas hacia el porvenir a través de la dimensión diacrónica del tiempo. Se dará, así, una sucesión de formas manifestadas, surgidas a través de la acción de causas secundarias, que permiten dar cuenta de la aparición de otras realizaciones ontológicas diferenciadas. Existe, de este modo, una creación en evolución, pero a través de la idea de las razones seminales, todas las causas se encuentran en la identidad convergente del origen:

Oinos. -Los mundos estrellados que surgen hora a hora en los cielos, procedentes de las abisales entrañas del no ser, ¿no son, Agathos, la obra inmediata de la mano del gran Soberano?

Agathos. -Permíteme, Oinos, que trate de llevarte paso a paso a la concepción a que aludo. Bien sabes que, así como ningún pensamiento perece, todo acto determina infinitos resultados. Movíamos las manos, por ejemplo, cuando éramos moradores de la tierra, y al hacerlo hacíamos vibrar la atmósfera que las rodeaba. La vibración se extendía indefinidamente hasta impulsar cada partícula del aire de la tierra, que desde entonces y para siempre era animado por aquel único movimiento de la mano.

Todo movimiento es creador. El movimiento de las causas secundarías crea los seres contingentes y las realizaciones mudables; el de la causa primera, funda el carácter substancial de la realidad universal en su desarrollo formativo. De esta manera, es posible descubrir la cadena causal que sostiene los procesos y según la cual se desarrollan los seres creados. La retrogradación matemática, permite, dado un estado determinado de la realidad, encontrar el antecedente causal que le corresponde. La reflexión relativa a esta capacidad de asignar todas las causas a todos los efectos, no obstante su importancia, no se verificó en las concepciones científicas. Y es que los matemáticos no vieron que:

De lo que sabían era posible deducir que un ser de una inteligencia infinita, para quien la perfección del análisis algebraico no guardara secretos, podría seguir sin dificultad cada impulso dado al aire, y al éter a través del aire, hasta sus remotas consecuencias en las épocas más infinitamente alejadas. Puede, ciertamente, demostrarse que cada uno de estos impulsos dados al aire influyen sobre cada cosa individual existente en el universo, y ese ser de infinita inteligencia que hemos imaginado, podría seguir las remotas ondulaciones del impulso, seguirlo hacia arriba y adelante en sus influencias sobre todas las partículas de toda la materia, hacia arriba y adelante, para siempre en sus modificaciones de las formas antiguas; o, en otras palabras, en sus nuevas creaciones... hasta que lo encontrara, regresando como un reflejo, después de haber chocado -pero esta vez sin perturbarlo- en el trono inmaculado de la Divinidad.


En este caso, mediante una experiencia intelectual de especulación pura, alcanzamos la materia imparticulada, la causa fundamental de la realidad: Dios mismo, en su dinamismo creador, verificado fuera del tiempo en las entrañas silenciosas de la eternidad. En las profundidades de la causa primera, fuera del tiempo y aquende la sucesión, se encuentra el origen esencial de todos los seres. El movimiento procedente de Dios, se denomina pensamiento, el que penetrando a través del éter conforma la materia, dando origen a la realidad más densa y al conjunto de las manifestaciones percibidas por nuestros sentidos groseros… Estás cuestiones, deberán esperar ocasión más propicia, para ser debidamente tratadas. Aquí, simplemente nos alcanza con consignar la presencia de algunas nociones filosóficas: el eslabonamiento de causas, y tras él, un presente contemporáneo a toda la serie, distinción entre causas fundamentales y derivadas, y la concepción del movimiento como creador.
 Lo que subyace, en este diálogo, en acto literario y en la belleza profunda de su efecto narrativo, es la consideración del verbo eterno y el Lógos creador y divino. Razón, que penetra en la realidad manifestada, constituyendo el andamiaje del encadenamiento causal, forjando, así, las razones seminales que constituyen la trama del devenir universal. Aquí, entendemos también, en un análisis más fino, que esta razón que nos es específica será también agente de creación. La creación divina se continúa en la humana. Y el hombre actualiza su potencia en los movimientos creativos de su razón, en la conformación de un nuevo estado de la realidad, capaz de sobreponerse a las determinaciones más inmediatas de su naturaleza diabólica o bestial. Es así como Poe, en este punto, termina el relato afirmando los contrastes de la conformación humana y dando cuenta, conjuntamente, de su dinamismo creador. Los contornos plásticos de la materia transfigurada tórnanse, así, ocasión de una expresión simbólica más sólida en realizaciones tangibles más fecundas acerca de los destinos humanos y el papel vital del arte. Arte que crea la belleza, sugiriendo una realidad contemporánea, arquetípica y eterna; orientación vital única, con su capacidad intrínseca de dar vida, y tornar perenne, a toda forma elevada de belleza.


III

Agathos. -Te he hablado, Oinos, como a una criatura de la hermosa tierra que pereció hace poco, de impulsos sobre la atmósfera de ese mundo lejano.

Oinos. -Sí.

Agathos. -Y mientras así hablaba, ¿no cruzó por tu mente algún pensamiento sobre el poder físico de las palabras? Y es que cada palabra, ¿acaso no es un impulso en el aire?

Oinos. -¿Pero por qué lloras, Agathos... y por qué, por qué tus alas se pliegan mientras nos cernimos sobre esa hermosa estrella, la más verde y, sin embargo, la más terrible que hemos encontrado en nuestro vuelo? Sus brillantes flores parecen un sueño de hadas... pero sus fieros volcanes semejan las pasiones de un corazón turbulento.

Agathos. -¡Y así es... así es! Esta estrella tan extraña... hace tres siglos que, juntas las manos y arrasados los ojos, a los pies de mi amada, la hice nacer con mis palabras apasionadas. ¡Sus brillantes flores son mis más queridos sueños jamás realizados, y sus furiosos volcanes son las pasiones del más turbulento e impío de los corazones!