Para ellos los hombres son
Como perros de paja
Destinados al sacrificio.
El sabio no es benévolo.
Para él los hombres son
Como perros de paja
Destinados al sacrificio.
El espacio que hay entre cielo y tierra
Es como una flauta
Estando vacía no se agota,
Y cuanto más se mueve, más produce.
Las muchas palabras, no sirven
Lao Tsé
Los perros de paja, recuerda el sinólogo alemán Richard Wilhem,
cumplían una función ceremonial. Ellos eran reverenciados y, una vez cumplida
la función fijada por el ritual, eran escarnecidos y luego incinerados. Lo
mismo acontece con los hombres cuando encuentran el mundo dispuesto para la
expresión de sus propósitos. Lo que parece superado es, en verdad, pospuesto.
Ellos son como perros de paja y, finalizado el momento asignado a su acción,
serán arrojados a las llamas. El sabio reconoce este parentesco y sabe que lo
que dinamiza los eventos materiales tangibles es una potencia invisible, pero
no por ello menos férrea. Cuando la acción de estos principios ideales finaliza,
las imágenes materiales quedan despojadas de núcleo y gravitan exangües hasta
ser desalojadas fatalmente del escenario del mundo y de la vida.
El cielo se conecta a la tierra, y ese vínculo es expresado por Lao
Tsé, el sabio chino. Lo superior se vincula en forma continua con lo inferior.
El espacio se encuentra vacío y, a lo largo de su extensión, permite la
vinculación por medio de algo así como un hálito.
El soplo es una modulación del aliento, que otorga una forma expresiva a las
ideas. Por medio del soplo las ideas adquieren expresión corpórea. El vínculo
cósmico, luego, se establece por una modulación proyectada a través de un medio
expresivo capaz de otorgar consistencia material y vital a las ideas.
Las concepciones filosóficas trazadas encuentran una condensación
simbólica en el Libro de las
Transformaciones. Éste se sirve de trazos que admiten una diferencia
mínima: son continuos (—) o bien discontinuos en su centro (‒ ‒). Esta
distinción básica permite la construcción de estructuras más complejas por
medio de adiciones sencillas. Ellas condensan, por el agregado de nuevas
líneas, un mayor potencial de diferencias. Es así como, por medio de los 8 trigramas
(tres líneas ‒continuas o discontinuas‒ ubicadas una encima de otra), adquiere
forma simbólica y expresiva todo un conjunto de concepciones sumamente
elaboradas y complejas.
Este lenguaje, por medio de su particular simbolismo, es operativo a un nivel trascendental, dado que, según Richard Wilhem,
Estos trigramas fueron concebidos como imágenes de cuanto ocurre en el
Cielo y en la Tierra. Junto a esto prevalecía la creencia en una continua transición
de un fenómeno en otro, tal como ocurre la transición de un fenómeno en otro en
el mundo físico. Tenemos aquí el concepto fundamental de los cambios. Los ocho
trigramas son símbolos que representan cambiantes estados de transición,
imágenes que se hallan en constante transformación. La atención se centra no
sobre las cosas en su estado de ser, como sucede por regla general en
Occidente, sino sobre sus movimientos en mutación. De tal modo, los ocho
trigramas no son representaciones de cosas como tales, sino de sus tendencias
de movimiento[2].
Los 8 trigramas básicos son los que representan al cielo, la tierra,
el fuego, el agua, el lago, la montaña, el trueno y el viento. Cada uno de
ellos permite una asociación con una serie de sentidos enlazados. Por lo cual
las posibilidades alusivas se multiplican al máximo. Por lo demás, este sistema
simbólico permite la construcción de estructuras significativas
extraordinariamente complejas. Es así como los 8 trigramas se asocian entre sí
en la elaboración de los 64 hexagramas del
Libro de las Transformaciones. El sistema de formación de estos signos
permite modificar el sentido y construir una serie de alusiones anexas por
medio de pequeñas modificaciones; por ejemplo, pasar de una línea continua a
otra discontinua o viceversa. Ello modifica el sentido del conjunto, dando
cuenta al mismo tiempo de un dinamismo intrínseco característico. Por lo cual,
el sistema de codificación eidética del I
Ching provee al sistema filosófico de un dinamismo que permite proyectar
las transformaciones de un estado de la realidad en otro. Richard Wilhem
resalta la idea de que los trigramas no son representaciones de ideas, sino de lo
que podríamos llamar tendencias o tipos de cambios. La oposición señalada
con el pensamiento occidental es de énfasis. El occidental, aun en el
pensamiento aristotélico (eminentemente sustancialista), considera que los
objetos individuales son el producto de una potencia cohesiva que imprime algo
así como un equilibrio inestable sobre un substrato indeterminado que resiste
la imposición de la forma. El equilibrio sustancial es producto, así, de un equilibrio
inestable ‒de algo así como una armonización‒ entre fuerzas en cierto modo
diferentes y en tensión. La teoría de las formas aristotélicas deriva, a su
vez, de la platónica; y ésta, en grandes líneas, de la concepción pitagórica,
aun más antigua. Con todo, por la filiación platónica del aristotelismo que
domina las formas fundamentales de interpretación de la realidad de la
inteligencia occidental, se opone muchas veces la “teoría de las Ideas” de
Platón con el esquema de los antiguos pensadores chinos, no obstante las semejanzas
estructurales innegables existentes entre ambas concepciones filosóficas. Así,
por ejemplo, se comprenderán las siguientes explicaciones de Richard Wilhem:
El segundo tema fundamental del Libro
de los Cambios es su ideología. Los ocho trigramas no son imágenes tanto de
objetos como de estados de cambio. Este aspecto está asociado con el concepto
expresado en las enseñanzas de Lao Tse, como asimismo en las de Confucio: todo
cuanto ocurre en el mundo visible es el efecto de una ‘imagen’, es decir, de una
idea en el mundo invisible. En consecuencia, todo cuanto sucede sobre la tierra
es sólo la reproducción, por así decirlo, de un acontecimiento en un mundo más
allá de nuestra percepción sensorial; en cuanto a su ocurrir en el tiempo, es
posterior al evento suprasensible. Los hombres santos y los sabios, que están
en contacto con todas estas esferas superiores, tienen acceso a estas ideas a
través de la intuición directa y, por lo tanto, se hallan facultados para intervenir
en forma decisiva en los acontecimientos del mundo. Así el hombre está
vinculado con el Cielo, el mundo suprasensible de las ideas, y con la tierra,
el mundo material de las cosas sensibles, para formar con éstos una trinidad de
los poderes fundamentales.
Esta teoría de las ideas se aplica en un doble sentido. El Libro de los Cambios muestra las
imágenes de los acontecimientos y asimismo el devenir de los estados in statu nascendi[3].
Por la acción de las potencias del cielo se configura un estado de
realidad inferior y concreto. El entramado invisible construye los pliegues de
las realidades materiales más densas. Lo sutil se torna denso y los objetos
materiales se manifiestan en todo su carácter en virtud de la condensación de
trazos ideales. No obstante lo cual, queremos hacer notar que la acentuación
del devenir y la oposición trazada con el pensamiento occidental, aun tal como
puede verse en la ciencia moderna, es más bien superficial. Los objetos son, en
las concepciones contemporáneas, considerados como sistemas definidos productos
de un equilibrio de tendencias. La estabilidad que determina la identidad del
sistema depende de un conjunto de variables y de su conservación dentro de una
serie de parámetros estables. Existen, por lo tanto, en cada sistema, una multiplicidad
de líneas (caminos o posibilidades) por las cuales puede llegar a constituirse,
y otras tantas por las que puede dejar de ser el que es. Es así como todo
sistema material estructuralmente definido contiene en sí mismo una dinámica
anexa. Esta dinámica se funda en una serie de movimientos potenciales, con condiciones
energéticas definidas y determinantes de su efectivo desarrollo. Por lo tanto,
el objeto puede concebirse ya sea directamente
en virtud de la especificidad de sus condiciones intrínsecas, o mediatamente a través de la posibilidad
de sus cambios.
Retornando a la concepción oriental estudiada, debemos decir que el cielo,
por medio de las imágenes, configura el entramado de los eventos de nuestro
mundo terreno. Estas imágenes representan estados, pero también tendencias,
direcciones potenciales del cambio. El presente es considerado ‒de una manera
bien aristotélica‒ como un acto de ser que entraña el movimiento. Ahora bien,
el movimiento, tal como es por todos evidente, se extiende y desarrolla desde
un contrario hacia su opuesto. Por ello, estas ideas básicas del Libro de las Transformaciones se
asociaron con la de la pareja de opuestos fundamentales del Yin y el Yang, la dualidad de principios que surge de la unidad fundamental. Por lo
pronto, cada opuesto tiene un lugar, un puesto asignado en la dimensión de la
realidad, y cada imagen puede concebirse como la codificación de un opuesto (o
bien, de una forma más ambigua, con una significación formada por una
conjugación de estos opuestos; por ejemplo, en la consideración aristotélica,
el ‘fuego’ incluye las nociones de lo caliente y lo seco, mientras que el ‘agua’
las nociones opuestas de lo frío y lo húmedo) estructuralmente básico. El
momento asignado a la manifestación material se encuentra ordenado por la
acción de las imágenes celestes. Existe un momento de agotamiento de un
movimiento que viene a coincidir con el del desarrollo incipiente del otro
contrario.
Por ello, la filosofía oriental, tal como se encuentra trazada en el I Ching, considera el desarrollo de las
manifestaciones de la realidad desde un esquema dinámico de surgimiento, evolución,
plenitud, declive y desvanecimiento. El momento de máximo esplendor del
principio de manifestación más potente de una imagen es el principio mismo de
su inminente derrumbe. Es fundamental, en el dominio comprehensivo de la
realidad, la adecuada percepción de las realidades incipientes. A ello es a lo
que refiere Wilhem al hablar de la realidad in
status nascendi, esto es, en las primeras instancias de desarrollo de una
modalidad existencial diferenciada. Es así como todos estos pensamientos, que configuran
una concepción del universo, se asocian con la porción oracular del Libro de las Transformaciones. Se trata,
finalmente, de determinar cursos de acción comprendiendo las estructuras
fundamentales según las cuales se desenvuelve el cosmos. Con esta comprensión
de las estructuras de la realidad, la acción del sabio puede llegar a ser
realmente operativa. En efecto, la versión oracular deja un amplio margen para
la decisión del individuo. Y lo hace mostrando con claridad modos de respuesta
correlativos a una dada configuración de la realidad expuesta por el trazado oracular:
cómo es que actúa el necio y cómo es que, por el contrario, actúa el hombre sabio.
Es así como el individuo se hizo partícipe de la configuración del
destino porque sus actos mediaban como factores determinantes de los
acontecimientos universales, y en forma tanto más decisiva, cuanto más pronto
era capaz, con ayuda del Libro de los
Cambios, de reconocer las situaciones en sus fases germinales. ¡Los
gérmenes son lo importante!.
Mientras las cosas se hallan en su formación, pueden ser dirigidas,
pero una vez que han crecido hasta sus últimas consecuencias, adquieren un
poder tan avasallador que el hombre se encuentra impotente ante ellas. Por eso
el Libro de los Cambios llegó a ser
un libro de adivinación particular. Sus hexagramas y líneas imitaban, en sus
movimientos y cambios, los movimientos y cambios del macrocosmos[4].
El hombre incluye en
sí mismo los mismos elementos que el mundo. Por ello puede reunirse,
interpretar y actuar de una forma efectivamente operativa con el universo. Él
mismo comprehende los mismos principios de la realidad y los condensa de manera
consciente y reflexiva; por ello, la particularidad del I Ching como libro oracular aparece en la posibilidad de
desarrollar una acción efectiva fundada en un conocimiento certero de los
procesos rectores del dinamismo intrínseco de la realidad. La consideración in statu nascendi es la modalidad
privilegiada de entendimiento del sabio. Éste trabaja con las tendencias antes
de que se nutran y con las manifestaciones de la realidad antes que se
desarrollen; es así como éste desata lo que todavía no se encuentra atado y
deambula sin dejar huellas, de manera indiferente, a través de caminos
atestados o bien escasamente transitados.
Aquí quisiéramos
distinguir lo que sería una acción sobre el desarrollo incipiente de una manifestación
de la realidad recientemente condensada en el plano sensible (dada tanto en el
macro como en el microcosmos) de lo que sería una acción sobre las semillas[5].
En sentido estricto, la acción germinal actúa sobre las fuerzas una vez que las
semillas comienzan a desarrollarse. Una acción sobre las semillas, por otra
parte, representa una acción previa. Es una acción indirecta que trabaja sobre
el medio, procurando, en virtud de operaciones definidas, que dicha
potencialidad no pueda ser actualizada. En términos contemporáneos, podríamos
decir que el sistema se ordena de manera tal que el movimiento potencial
resulte obliterado por condiciones energéticas restrictivas. En términos
tradicionales, según el pensamiento del Libro
de los Cambios, se trata de que las imágenes que constituyen el entramado
invisible no puedan manifestarse en el mundo visible. Ello se logra,
fundamentalmente, procurando un ambiente efectivo donde se encuentren activas
determinadas combinaciones de principios que resulten refractarios a la acción
de los principios funestos. Por ello, de un modo natural, la sabiduría del I Ching se continúa y desarrolla, por
ejemplo, en el Feng Shui.
Las ideas aquí
expuestas son interpretaciones elaboradas, si se quiere por una mentalidad
occidental, sobre una concepción filosófica que puede considerarse a un tiempo
exótica y principalmente compleja. Con todo, interesó mostrar hasta aquí cómo
la concepción occidental, aunque diversa, no es necesariamente contradictoria
con la oriental. Creemos que, de hecho, se trata no de ideas contrapuestas,
sino de acentuaciones complementarias y cuya comunicación es apta para
colaborar, a las posibilidades de un enriquecimiento mutuo. Ahora bien,
interesa mostrar aquí que, para la concepción trazada por el Libro de las Transformaciones, el
individuo es libre de elegir cursos de acción alternativos. Ello significa que
el destino no se encuentra apodícticamente trazado. Una situación provee un
espectro de potencialidades, de movimientos por los cuales pueden desarrollarse
de manera efectiva los sucesos. El individuo elige, recortando entre el abanico
virtualmente desplegado, entre esos movimientos. Posteriormente a la decisión,
la situación cambia, y el espectro de movimientos diferenciales también lo
hace. El devenir dependerá, así, de la determinación de la libertad del sujeto;
aunque, a grandes líneas, puede trazarse una tipificación de las clases de movimiento: una será la línea
seguida por el sabio, y otra la seguida por el necio. No obstante, interesa
mostrar que, si existe una descripción de las estructuras fisiológicas de la
historia ‒permítanme llamarla de ese modo‒, no hay aquí una filosofía de la historia, a la manera
hegeliana, con un delineado continuo de una trayectoria completa y necesaria de
la vida de la humanidad y de las naciones.
El modo en que las realidades
trazadas por el cielo (las imágenes simbolizadas por los trigramas) adquieren
consistencia en la tierra no es por demás claro. Se trata del viejo problema de
la comunicación entre las Ideas subsistentes en el “ámbito inteligible” y los
objetos particulares localizados en el “ámbito sensible”. Tal inconveniente ha
recibido soluciones sumamente desarrolladas, fundamentalmente en el pensamiento
neoplatónico. Paralela, y con vínculos innegables, con este pensamiento se
encuentra la tradición esotérica, que considera la existencia de un plano intermedio
entre el reino de los Principios arquetípicos y el plano material de recepción
de los mismos. Estas nociones son aclaradas por el estudioso ocultista francés Gerard
Encausse (el Dr. Papus) cuando puntualiza que
En el dominio de este plano de creación primordial, no hay sino ideas,
principios, igual que ocurre en el cerebro del artista. Entre ese plan superior
y nuestro mundo físico visible, hay un plano
intermedio encargado de recibir las impresiones del plano superior y
realizarlas actuando sobre la materia, así como la mano del artista está
encargada de recibir las impresiones del cerebro y de fijarlas sobre la
materia.
Este plano intermedio entre el principio de las
cosas y las cosas mismas, es lo que se llama en ocultismo el plano astral[6].
Lao Tsé ilustraba el volumen que mediaba entre el cielo y la tierra con
la imagen de un espacio vacío que permite la acción del soplo divino en la
diversidad de sus modulaciones creativas. Lo cierto es que lo que afirma fundamentalmente
aquí es la presencia de un espacio que establece una continuidad entre polos
opuestos. Ese espacio es definido por el pensamiento
tradicional como el de un mediador plástico doblemente polarizado. Eso
significa que, por una sección, la superior del plano intermedio, éste se
aproxima al divino, y desde allí recibe y elabora los principios superiores.
Una vez incorporados estos principios a su plano, éstos descienden hasta las
regiones inferiores del astral, polarizados en dirección al plano material.
Desde allí se desprende la región efectiva de los principios superiores, que
descienden hacia la materia desde el plano divino. De este modo se explica el
funcionamiento básico de esa dinámica funcional donde, desde una idea que
agrupa una serie de características fundamentales, pueden surgir una serie de
individualidades diferenciadas. Estos individuos, no obstante sus diferencias,
son aptos para ser agrupados dentro del mismo concepto por ser modelados,
todos, en acuerdo a los mismos principios operativos en el plano de los
arquetipos inteligibles. La consideración de la unidad de la idea y de la
multiplicidad de las expresiones sensibles nos va a permitir profundizar un
poco más en el funcionamiento de este plano intermediador e intermedio con explicaciones
adicionales del Dr. Papus:
Regresemos ahora al artista y a su estatuilla.
Supongamos que la materia, vencida por el trabajo, se haya doblegado a los
impulsos de la mano que la modela, y que la estatuilla esté ahora acabada.
Pero ¿qué es, en sustancia, esta estatuilla? Una
imagen física de la idea que el artista tiene en su cabeza. La mano ha hecho el
papel de un molde en el que se ha dado forma a la materia, y esto es tan cierto
que, si por un accidente la estatuilla se rompe, el artista hallará la forma
original archivada en su cerebro y podrá moldear una nueva estatuilla, una
imagen más o menos perfecta de la idea que sirve de modelo.
Pero existe un medio para evitar la pérdida de la
estatuilla una vez terminada, y éste es hacer un molde de la misma. De esta
manera se consigue un negativo de la pieza que se quiere reproducir, y la
materia saldrá del molde siempre en su forma original, sin que el artista tenga
que volver a intervenir.
Así pues es suficiente que haya un negativo de la
idea original para que tomen forma multitud de imágenes positivas de esa idea,
imágenes idénticas entre sí, por la acción de ese negativo sobre la materia[7].
El modelo universal adquiere consistencia en el mundo material por
medio de un clisé: una imagen en
negativo de los principios eidéticos, que se fija en el plano astral. Esta especie
de proyección astral, hemos dicho, representa el negativo, un
molde intermediario del original, que puede servir de modelo para una
multiplicidad de nuevas copias. Por ello, el clisé, la constitución y la fijación del mismo, adquiere, en cierta
forma, una existencia dramática. El clisé,
para esta concepción, no depende solamente de la acción de los principios
superiores en el plano intermedio, sino que también puede formarse por
perturbaciones producidas, en la materia fluida y receptiva del plano
intermedio, a través de la acción del ser humano. En todo caso, en tanto su
trazado subsista, gravitará sobre la atmósfera del mundo y, cuando la ocasión
sea propicia, adquirirá una condensación tangible[8].
El fundamento de esta operatividad del hombre en el plano intermedio se funda
en el hecho de que el ser humano reúne los mismos principios que el universo ‒desde
los superiores a los más burdos‒, y la inteligencia unida a su voluntad es
capaz de modificar la atmósfera del astral del universo con el que se encuentra
inmediatamente conectado. Esta especie de mar ‒en el que habitan una serie de
entidades, en las que no importa aquí detenernos‒ es, en cierta forma, imantado,
galvanizado, cargado, con la cualidad anímica predominante y dirigido en
formación de estructuras sutiles, que gravitan hasta ser disueltas por la
acción de una voluntad más poderosa. Es así como estas influencias, surgidas de
la acción del hombre,
Reunidas por simpatías analógicas, según la ley mecánica de la fuerza
de igual dirección, se multiplican concentrándose en una resultante común. Es
entonces cuando todo el mundo, con una conciencia más o menos oscura, siente
que hay una idea en el aire, o cuando
menos los sensitivos la perciben y la enuncian, a veces, como una realidad ya
efectuada, pero que en el presente es aún invisible. Entonces se recibe un
presentimiento, una previsión de las cosas futuras, un oráculo[9].
Este es el proceso de constitución de la atmósfera del astral. En
función de esta atmósfera, fundamentalmente, las ideas del plano superior
podrán (o no) manifestarse. El ambiente propicio, el que permite o impide las
manifestaciones, corresponde a la cualidad del plano intermedio. Con estas
nociones logramos comprender cómo puede lograrse una resolución conceptual, por
un lado, del problema de la comunicación de las ideas con el mundo material más
burdo. Y, por el otro, logramos clarificar cómo es que la acción humana resulta
operativa (de forma mediata o inmediata) y cómo esta acción no es
contradictoria ‒sino que más bien entra en conjunción‒ con la acción real de
los trazados ideales subsistentes en el plano divino; y cómo las imágenes
simbolizadas por los trigramas ‒y descritas en combinaciones más complejas por
los hexagramas en el Libro de las
Transformaciones (con sus movimientos potenciales anexos)‒ pueden adquirir
consistencia efectiva en el mundo sensible.
De este modo se comprende cómo el sabio logra percibir y actuar sobre
las realidades incipientes o bien sobre aquello que aún no ha surgido a la
vida. Claro que este nacimiento es relativo a nuestro plano, dado que existe
una contemporaneidad con las realidades astrales, y es sobre ellas sobre las
que opera el sabio. La flauta mágica de la modulación universal se pone en
funcionamiento cuando se alcanza una conjunción adecuada en los principios
superiores. El astral mismo, en virtud de la condensación de la luz fluida de
su mar interior, es apto para adquirir una manifestación material concreta. Sea
como fuere, la conjunción armónica de los planos es la que proyecta los eventos
de la Tierra, según un plan fijado en las imágenes trazadas a nivel eidético.
Cuando este esquema se encuentra operativo, es cuando los individuos que deben
representar el plan; se ponen en movimiento y son acogidos triunfalmente por todas
las fuerzas de la tierra. Es así como estos intérpretes encuentran la mesa
servida y son acogidos y celebrados, a lo largo y ancho del escenario del mundo,
en la medida en que esta conjunción armónica permanezca. Luego, agotada ésta,
son escarnecidos para, cuando la proyección eidética concluya, como perros de
paja, ser finalmente destinados a las llamas. Y es allí, en el fuego, donde la
celebración del antiguo ritual religioso se consuma en una hoguera
purificadora.
[1] Lao Tsé, Tao Te King, Trad. de Pedro Lozano Mitter, Barcelona,
Edicomunicación, 1994, p. 46.
[2] Wilhem,
R., “Introducción al I Ching”, en I Ching, Trad. de Helena Jacoby de
Hoffmann, Cuatro Vientos, Chile, 1994, p. 36.
[3] Wilhem, “Introducción al I Ching”, Op. Cit., p. 43.
[4] Wilhem, Introducción al I Ching, Op.
Cit., p. 40.
[5] Este tema de
las semillas de la realidad es aclarado por el estudioso alemán Richard Wilhem
en su Estudio preliminar al Tao Te King
de Lao Tsé: “Es decir, no es por una
abstracción la cual llega a sus pensamientos, sino que una profunda meditación
en el mundo de su interior es la que le muestra esas imágenes. Esas imágenes
son incorpóreas, ilimitadas. Son como las fugaces imágenes de cosas, son como
semillas de la realidad. Así como en el grano está incluido el árbol impalpable
e invisible y a pesar de todo presente como una entelequia, así están
comprendidas en estas ‘semillas-imágenes’ las cosas de la realidad. Se
manifiestan intermitentemente y se desarrollan de una forma bien concreta, ya
que estas semillas son bien reales y en ellas está basada la solidez de los
sucesos; nunca ocurre que de una determinada semilla salga algo diferente; y
aunque esto llegara a ocurrir, no se adhieren al Ser, vuelven a la nada y dejan
las carcasas de los fenómenos, que antes había animado, muertos y vacíos. Pero
la vida no muere tampoco cuando ‘los perros de paja’ de los fenómenos son
tirados y maltratados. Vemos en esta ideología de Lao Tse una evolución de la
enseñanza de los brotes, tal como está comprendida en el Libro de las
Transformaciones” (Wilhem R., “Las enseñanzas de Lao Tsé. Comentario” en “Introducción
a Lao Tsé”, incluido en: Lao Tsé, Tao Te
King, Trad. de Pedro Lozano Mitter, Barcelona, Edicomunicación, 1994, pp.
18-19).
[6] Papus, Tratado elemental de Ciencias ocultas,
Barcelona, Brontes, 2008, p. 231, énfasis original.
[7] Papus, La ciencia de los magos, Trad. de Loto Parrella, Abraxas,
Barcelona, 2006, p. 49.
[8] Estas ideas han sido genialmente
ilustradas por Arthur Conan Doyle, quien estudió a fondo la cuestión, en Jugar con fuego, uno de sus relatos más
extraordinarios.