La absorción mística en sí es siempre
una evasión de sí, una impulsión a traspasar las fronteras. Toda mística enseña
que la profundidad del hombre es algo más que humano, que en ella se oculta un
lazo misterioso con Dios y con el mundo. La salida auténtica de sí mismo se
encuentra en uno mismo; desde adentro y no desde afuera es como se quiebran sus
trabas mediante un trabajo enteramente interior. He ahí lo que enseña la
mística [1].
Ensayar un esbozo de aquello de que
trata la mística es tarea difícil. La principal dificultad fue señalada por
Vicente Fatone, y es que la mística es una experiencia y, como tal,
incomunicable, aunque no por ello sea imparticipable. No es explicable, porque
no es teoría. La doctrina fundada sobre, y en virtud de, una experiencia
mística es el misticismo. Existen, no obstante, caminos autorizados para llegar
a esta experiencia, como existen caminos trazados por viajeros que nos
precedieron, para llegar a una alta cima. No nos extenderemos, no obstante, en
este punto, ya que no es este el problema que nos hemos propuesto desarrollar
en este trabajo.
El estudio de la mística, como en
general el de las cuestiones filosóficas más importantes, supone la presencia
de una sensibilidad particularmente dotada, ya que se requiere aquí arrojar luz
hacia aquel rincón que se encuentra siempre más acá de toda forma y modalidad,
más allá de la oscuridad y de cualquier forma de penumbras. La inteligencia
será, en esta tarea, un auxiliar que, además de la intuición, que parece precipitarse
sobre nosotros desde lo alto, habrá de servirse de saberes extraños y habrá de
ocuparse en consuno con las demás facultades; deberá el alma aprender a
trabajar, sobre todas las cosas, en disposición de una sabia autoridad y con
base en el ejemplo. Por ello, el estudioso serio no podrá hacer menos que
considerar las concepciones teóricas de algunos de los grandes filósofos que lo
precedieron.
Mística es un vocablo en gran
medida trillado, usado generalmente de un modo equívoco y, como tal, carente de
una consideración filosófica viable. Debemos precisar aun más la expresión,
para superar las limitaciones impuestas por el mal empleo. Se habla de mística
como una experiencia intensa y estremecedora, capaz de conmocionar la vida,
pero se le otorgan frecuentemente las significaciones más diversas. Por ello
debemos comenzar por aclarar, reconociendo la validez parcial de algunos de
estos usos, qué es lo característico de ella:
Pero en todo esto la esfera de la mística es una esfera extrema, que sale
de los límites del mundo objetivado. En el pasado existían diversos tipos de
mística. El cristianismo, que empleaba esta palabra en un sentido más estricto,
llamaba mística únicamente a la senda que lleva a la unión del alma con Dios [2].
Aquí aparece por primera vez una
noción filosófica más estricta. La mística se sitúa por fuera de la
objetivación. ¿Pero qué cosa es la objetivación y cuándo se presenta? La
objetivación supone la fragmentación de la criatura humana y la pérdida de su
identidad microcósmica. Allí, los constructos ideales del intelecto toman
cuerpo y adquieren una consistencia ontológica que aplasta la libertad y
desdibuja la imagen del sujeto. La tarea ética y metafísica del ser humano,
como es por demás visible dado el carácter del planteo, pasará por superar la
objetivación. ¿Pero es ello posible de
un solo modo?
Goerres, que escribió sobre la mística en la primera mitad del siglo XIX
una obra de varios volúmenes, propone distinguir la mística divina, la mística
natural y la mística diabólica. Yo no tengo intención de seguirle por ese
camino. Puede darse de la mística una definición filosófica, donde englobar
diferentes formas. Podría llamarse mística a la experiencia espiritual que
sobrepase los límites de la oposición entre sujeto y objeto, es decir, que no
caiga en la objetivación. En esto consiste la diferencia esencial entre la
mística y la religión. En las religiones, la experiencia espiritual es
objetivada, socializada y organizada [3].
Aquí delimitamos un poco más el
cerco, la mística refiere, según lo dicho, a una experiencia espiritual donde
se supera la distinción sujeto-objeto, donde se trasciende la objetivación.
Pero esta experiencia puede alcanzarse de diversas formas. Es así que Goerres
hablaba de la mística diabólica como unión del alma con la sustancia del mal,
lo que supone, en un sentido eminente, la sublevación y la oposición al modelo
humano conjuntamente con el mandato divino. La mística cósmica supone el
hundimiento de la personalidad en las fuerzas primordiales que precedieron la
aparición de la conciencia como rasgo esencial del espíritu en el mundo.
Berdiaev apunta, claramente, a orientar la mística en el camino del alma hacia
Dios.
Pero en este camino se encuentra
la religión. La religión, no obstante ello, se sitúa en la región delimitada
por la senda, y no por el objetivo. Por ello, las religiones se despliegan como
modalidades abiertas de acuerdo a la apertura particular del alma, siempre y
cuando apunten hacia el objetivo señalado por la fuente original y primigenia
de toda realidad y creación. La religión presentará un carácter reglado,
organizado y objetivado, se mueve todavía en rededor de las realidades caídas.
La mística se encuentra, más allá de todo eso, del otro lado de las regiones
más sutiles del cielo etéreo.
Nicolás Berdiaev comprende que el
fenómeno de la aparente superación de la dualidad sujeto-objeto puede
encontrarse también en otras esferas de la actividad humana. Existe una
absorción del individuo en el partido, en la comunidad, en la sangre, en la
historia o en el sexo. Todas ellas darán cuenta de otras tantas modalidades de
místicas. Pero ellas son, sin embargo, todas falsas. ¿Por qué? ¿No se supera
aquí, acaso, la dualidad sujeto-objeto? Claramente, pero se lo hace en virtud
de la destrucción de la conciencia, el hundimiento del centro existencial, el
desdibujamiento de aquello que nos hace sujetos y no objetos:
Igualmente falsa es la mística naturalista de tipo dionisíaco, que abolió
la oposición entre el sujeto y el objeto, no por arriba, sino por abajo. No es
una mística supra-racional, sino más bien irracional; no una mística
supra-consciente, sino una mística inconsciente. En ella existe la atracción
del abismo inferior. El engaño del colectivismo, del naturalismo y del
socialismo, en los que desaparecen la persona y la imagen del hombre, pueden
engendrar algunas formas variadas de mística. Pero la mística auténtica y
espiritual implica una experiencia espiritual, en la que el hombre no será
aplastado por la objetivación [4].
Khalil Gibrán
Objetivar, hemos dicho ya, es dar
consistencia ontológica a constructos ideales o teóricos. Los conceptos, no
obstante, presentan una validez funcional y operativo-teórica. Pero ello no
implica que representen realidades autónomas de mayor o menor dignidad
y la presencia de un centro existencial, que es aquello que distingue a los
sujetos. El hombre, que se absorbe por entero en el proceso de la historia
universal, en el lazo de sangre que comparte con los de su raza o comunidad, en
el vínculo cultural de su sociedad o de su suelo, con la sustancia viva del mal
o con las fuerzas primordiales de la naturaleza toda, desaparece en tanto
sujeto. No se trata, en la mística, de destruir, sino de revelar; no se trata
de diluir y obscurecer, sino de crear, en y a través de Dios, la imagen
verdadera de Adán Cadmo, de la sustancia divina y del hombre eterno:
En la religión organizada, la experiencia espiritual mística está
simbolizada. Y es muy importante comprender este carácter simbólico: esta
comprensión lleva a un profundizamiento espiritual. El éxtasis, al que se
considera como característico para ciertas formas de la mística, es un exceso
de la separación entre sujeto y objeto, una participación, no en el mundo
general y objetivado, sino en la realidad primera del mundo espiritual. El
éxtasis es siempre una escapada más allá de los límites de lo que ahoga y
avasalla; es siempre una salida hacia la libertad. La escapada mística es un
estado espiritual y una experiencia espiritual. Una mística que no implicase un
profundizamiento de la espiritualidad sería una falsa mística [5].