Hay una gran analogía entre la gracia y el genio, pues el genio es una
gracia. El verdadero hombre de genio es el que actúa por arrebatos o por
impulso, sin que jamás se contemple a sí mismo
y sin que jamás se diga: “¡sí, actúo por arrebatos!”
Joseph de
Maistre
El tema del
genio, hoy en gran medida olvidado, preocupo hondamente la conciencia
intelectual del S xix y de principios del xx. Tres vías diferenciales pueden
discernirse en su análisis. En primer lugar, la vía del arte, fue explorada
genialmente por Balzac sobre todo a través de su trilogía, Las ilusiones perdidas, fue experimentado por Poe, Baudelaire y su
cohorte de genios malditos, y perseguida hasta el destierro carcelario por Verlaine
y Oscar Wilde en su esteticismo decadentista. La otra vía, la positivista, se
condensa en los estudios de Lombroso y en los desarrollos de la nueva
criminología por él inspirada. Esta perspectiva relaciona el genio con la
locura, compartiendo, el delincuente y el hombre de genio, la filiación
patológica de la común degeneración. Esta comunidad será rechazada, en nuestro
medio, por la conciencia científica de José Ingenieros, no obstante lo cual, su
concepción acerca de la genialidad, con destellos de luminosa claridad, no se
eleva nunca a una forma superior que sea capaz de dominar el fenómeno general
desde la altura requerida por la potencia de su fecundidad. La última posibilidad
de abordaje habrá de ser, finalmente, la religiosa, con los tratamientos de Kierkegaard,
Hello, L´isle Adam, Otto Weininger, y, ante todo, de Nicolás Berdiaev. Este
último ejemplifica muy elocuentemente el núcleo religioso de la problemática en
los siguientes términos:
A comienzos del siglo xix vivieron en Rusia
simultáneamente el mayor de sus genios poéticos y el más grande de sus santos:
Pushkin y Serafín Sarovskiu. Vivieron en mundos diferentes, nada supieron el
uno del otro y nunca estuvieron en contacto. Igualmente eminentes, la grandeza
de la santidad y la grandeza del genio son incomparables, inconmensurables,
como si estuvieran hechas de esencias diferentes. Sólo el alma rusa puede
enorgullecerse a la vez del genio de Pushkin y de la santidad de un Serafín.
Ahora bien: ésta es la cuestión que planteo. Para los destinos de Rusia, para
los fines de la
Providencia , ¿ no hubiera valido más que al principio del
siglo xix no vivieran en Rusia el santo Serafín y el genio Pushkin, sino dos
santos, Serafin en el gobierno de Tambovsk y un san Alejandro en el gobierno de
Pskov?
El camino de
la santidad y el del genio parecen esencialmente incompatibles. La santidad se
recoge, se sumerge en la interioridad, se orienta internamente y reconstruye
los cimientos eternos de una vida nueva desde sí mismo; en tanto el genio,
creador por esencia, objetiva su insatisfacción, proyecta su vitalidad en la
dimensión del mundo, extiende su personalidad y parece afirmar, en donde la
santidad niega. La conciencia religiosa oficial, negó la creación en nombre de
la redención: el mundo es un lóbrego páramo de dolor que debe ser superado
mediante la gracia. El hombre sufre el estigma de la caída y debe ser
reintegrado, mas no por sus propias fuerzas, requiere de un auxilio
extrahumano. Lo que se disputa aquí, en el fondo, es una cuestión
antropológica. Es así que, para la vía ortodoxa:
Hubiera sido, pues, más favorable para la
religión que, semejante a Serafín, Pushkin hubiese abandonado el mundo para
retirarse al convento, que hubiese transitado por las sendas de la ascesis
espiritual. De esa manera, Rusia habría perdido su mayor genio, pero ¿ qué es
la creación del genio sino uno de los rostros del pecado y de la falta de fe?
Así piensan los Padres y los profesores de la religión del rescate. Para los
fines de la redención, no hay necesidad de genialidad, sólo es menester ser un
santo. El santo se construye a sí mismo, se convierte en otro, más perfecto de
lo que era su ser primitivo. El genio edifica una obra inmensa, realiza en el
mundo cosas grandes, pero, por hacerlo, no se salva a sí mismo. La creación
sobrevive por sí sola, aceptando que en torno de ella valores inestimables. Un
Serafin no edificó nada salvo a sí mismo; y el mundo lo aprueba por ello.
Pushkin creó para Rusia y para el mundo algo grande e infinitamente precioso,
pero no se creó a sí mismo. En la creación, el genio aparece como su propia víctima.
No cabe duda
que el camino de la santidad, es esencialmente negativo. Pero la ascesis en
tanto método, no es sino una vía, un camino, de contenido supremamente
afirmativo. Siendo el genio creador eminentemente afirmativo ¿dónde se localiza
la contradicción? ¿El genio afirma algo que niegue la santidad y la santidad
afirma algo que niegue la creación? ¿No se trata, en el fondo, del afán de
creación de un cielo nuevo y de una vida nueva, de la suprema afirmación de lo
humano en Dios?
Una pregunta vuelve a plantearse: en el
sacrificio del genio, en su transporte creador, ¿ no existe, en relación con
Dios, una especie de santidad particular? ¿ No es una cosa religiosa,
comparable a la santidad canónica? Creo profundamente que la genialidad de
Pushkin, que según el vulgo perdió su alma, la salvó ante Dios, de igual manera
que la santidad de un Serafín. El genio es, pues, a su manera, una vía
religiosa, que vale en dignidad tanto como la vía seguida por los santos. La
creación de un genio no es ‘mundana’, es espiritual
El camino del genio, en sus manifestaciones supremas pretende la
transfiguración completa de la realidad. Pero su creación, a decir verdad, es
eminentemente simbólica. En su impotencia genera los símbolos de la redención,
pero no es capaz de realizarla. En su seno lleva el equívoco trágico entre la
inercia y la creación, por un lado, y entre el símbolo y la realidad, por el
otro. El genio es, en su esencia, un inadaptado mundano. El signo de la
naturaleza es la sujeción, la caída. La vía del genio es la de la revuelta.
Niega el dato mundanal, niega la sujeción, pero su creación se torna irrevocablemente
trágica. La creación genial deviene impotencia, revela profundidades que el ojo
cotidiano no puede siquiera vislumbrar, pero no se arredra, avanza y en los
fondos llameantes de la caverna de su misterio, se pierde, sin poder finalmente
encontrarse.
El genio posee al hombre como un demonio. La
genialidad revela en él su naturaleza creadora, su vocación de creador. Y el
destino de la genialidad en un período humano pre-creador es necesariamente
trágico y sacrificado.
El carácter trágico de la genialidad, así,
revela la vocación creadora del hombre. Eleva el concepto del Anthropos. Dios es, eminentemente, el
creador, y la genialidad en su apertura innovadora, revela el elemento creador
de la humanidad divinizada por su acto. Pero la creación deviene trágica. La
virtud se perfecciona en la santidad y el genio en la teurgia. El genio es una
vía religiosa en la medida en que revela la humanidad y su destino
esencialmente creador. La creación es la marca de la libertad y la libertad la
señal de la filiación. La antropología, vía el camino del genio religioso se
continúa en una cristología. La segunda persona de la divina trinidad revela su
faz personalísima en la encarnación clamando por el hombre y el misterio de la
redención. La salvación es eminentemente creadora, eso viene a decirnos Nicolás
Berdiaev y por eso, el suyo, es un escatologismo activo, un escatologismo
creador.
Ahora bien,
entendido el genio de esta manera ¿no se revela, acaso, de manera acabada su
substancia religiosa? Gran parte del equívoco se aclara a través de una
necesaria distinción. El genio se diferencia del talento y no es opuesto a la
santidad. El talento, en tanto facultad especial, revela una modalidad de
desarrollo adaptado a las condiciones del mundo y de la vida. En cambio, el
genio es revelador, es el acto universal de la personalidad del hombre concreto
y, cómo tal, no se ajusta a cánones. El genio camina por encima de una época
que no lo comprende, en tanto el talento se desliza por el mundo como en su
sitio; la diferencia no es de grado sino substancial y estructural. Responden
ambos a tipos espirituales y psicológicos opuestos. Es así que, de acuerdo a
Berdiaev,
Del punto de vista de la cultura, el genio
es heterodoxo: el talento obedece a cánones. En el genio vibra toda la
naturaleza del espíritu, su sed de una esencia única. Pero en el talento se
encarnan todas las funciones diferenciadas del espíritu. La naturaleza genial
puede arder sin construir en el mundo nada que sea de precio. En cambio, el
talento, es creador de valores y es un valor él mismo. En el talento hay
siempre proporción y medida. Pero el genio es desmesurado. Su naturaleza es
revolucionaria. El talento se sitúa en el centro de la cultura junto con ‘las
ciencias y las artes’. El genio va hasta los extremos y no reconoce límites. El
talento es obediencia. El genio es audacia. El talento es ‘de este mundo’. El
genio pertenece a otro. Finalmente, en el destino del genio hay una santidad de
sacrificio que el destino del talento no posee.