viernes, 18 de diciembre de 2015

LA SABIDURÍA DE BRUCE LEE


“No pienses, ¡siente! Es como si un dedo señalara la Luna.
No te concentres en el dedo, o te perderás toda esa gloria celestial”

Bruce Lee en Operación Dragón


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Habiendo encontrado en la Web una saludable profusión de pensamientos de nuestro querido maestro ideal y también estudioso, pensador y autor, nos dispusimos a buscar algún teórico capacitado para poner en orden y asir lo que se nos presenta solamente de un modo fragmentario. No habiendo encontrado personas capacitadas y siquiera dispuestas para llevar adelante la empresa, hemos tomado la labor a nuestra cuenta y riesgo. Ahora bien, como el arte es largo y el tiempo es corto, nos ocuparemos de unos escasos fragmentos que pueden resultar reveladores y tornar, en cierta forma, superfluo un desarrollo de los corolarios o demás cuestiones accesorias.
Todos los que hemos tenido contacto más o menos serio con un entrenamiento de artes marciales, recordamos las continuas repeticiones y esos momentos del esfuerzo sobreponiéndose al cansancio. Recordamos, sobre todo, ese interés en evitar la dispersión, y lograr una concentración e intensificación de los movimientos centrados y ordenados por una conciencia despierta. No se trata tanto de ampliar, sino de profundizar. De coordinar los movimientos y disciplinar las acciones y el pensamiento. Se trata, por lo tanto, de una disciplina reglada, cuyo aprendizaje supone un desarrollo metódico y un esfuerzo sincero:

No le temas al hombre que ha ensayado una sola vez 10.000 patadas. Teme al hombre que ha ensayado una sola patada 10.000 veces.

Una vez asido, la esencia del movimiento se integra. Entonces, se ejecuta de manera automática. Poincare señalaba que, extrañamente, muchas de las operaciones de las matemáticas tienden a evitarnos el tener que pensar. Esto se explica porque las acciones se asimilan (y los pensamientos no dejan de ser acciones mentales) y, por lo tanto, se tornan espontáneas. Esta ejecución, que supone una fuerte concentración, tiene puntos en común con un reflejo condicionado. Reflejo que responde a la estructuración de una segunda naturaleza adquirida mediante el hábito y el esfuerzo metódico y reglado. El fin del arte, que imita a la naturaleza, es perfeccionarla y seguir sus cursos naturales, evitando la dispersión y redireccionando su curso, a través de la mínima resistencia, hacia el logro final de la perfección.

La simpleza es el último paso del arte.

La simpleza es la naturalidad de los movimientos. Todo movimiento o acción aprehendida supone al principio cierta tosquedad de movimientos. La fluidez, que parece naturalidad, es la consumación del esfuerzo racionalizado. La disciplina, y el conocimiento íntimo con la materia, supone reconocer los pliegues por los que se desliza de manera más natural. Entonces, el movimiento se ejecuta sin esfuerzos, dejándose simplemente llevar a través del curso espontáneo del fluir natural:

Conocerse a uno mismo es estudiarse en la interacción con otra persona. Si quieres entender la verdad de las artes marciales, ver a todo oponente claramente, debes olvidar nociones como estilos, escuelas, prejuicios, aficiones y aversiones. Entonces, tu mente olvidará todo conflicto y tendrá descanso. En este silencio, podrás ver total y claramente.

Así como la simpleza es el fin del arte, la superación de estilos es la suprema perfección de la disciplina. Cuéntase que en su última e inacabada película, Bruce Lee estaba interesado en poder ilustrar este punto de las limitaciones de cada estilo. El juego de la muerte ilustraba a través del ascenso por la pagoda, la confrontación con distintos contrincantes donde sus respectivos estilos se depuraban y los vencía la fluidez y la naturalidad de la superación final de la limitación correlativa a cada estilo, lo que supone un máximo de adaptación a un escenario de variación continuo.

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Todos estos elementos que señalamos muestran claramente la adscripción de Lee a la filosofía taoísta. El Tao, no obstante estar en todas partes, resulta inaprensible. De no serlo, no podría ser el origen y encontrarse en el fundamento de toda otra cosa. Tan sutil que es, se identifica no con el ser y la consistencia, sino con el no ser y la debilidad, que es el fundamento y la vía eterna, cuya perfección es regreso al reposo.
En plan puramente cinéfilo, recuerdo una película de Jet Li donde, luego de una serie de desventuras, su personaje se volvía loco. Un sacerdote taoísta lo acompañaba y pudo ser testigo de sus progresos con la filosofía del Tao. El personaje recuperó la cordura, y el sacerdote señaló: “Busqué el Tao toda la vida sin comprenderlo, y él lo encuentra después de haber perdido la cordura”. 



Escena de El maestro de Tai Chi (1993)


La paradoja se cierra en un nudo inextricable, pero se abre en una luz deslumbradora. Se debe extraviar la razón, y no es solamente la cordura lo que debe perderse. La Simplificación es el único camino hacia el No-ser.
Este es el camino del no Camino. El único practicable, ya que de lo que se trata, finalmente, es de no llegar a ningún lado. El hombre muere en la fortaleza, y se afirma en la subordinación y adaptación. El camino del flujo que se deja llevar de un modo espontáneo, sin la interferencia de la acción, es el movimiento más eficaz. Por eso el único modo de hacerlo todo es no haciendo nada. Por eso, en el límite último de toda perfección, la misma perfección se olvida a sí misma y anonada; lo que entonces queda es algo simple, inasible, casi sin sustancia. El Tao es el camino del desasimiento de todo formalismo, de la fluidez y del abandono:

Vacía tu mente. Vuélvete sin forma y sin cuerpo como el agua. Cuando el agua se sirve en una copa, se convierte en la copa. Cuando el agua se sirve en un jarro, se convierte en el jarro. Sé agua, mi amigo.