Lo que mató a Kennedy
no fue el plomo o el acero de la
bala,
sino... su velocidad
Raymond Panikkar
La historia, como articulación cultural diferenciada de la dinámica
natural, en tanto expresión diacrónica de un proceso, también presentará, como
la naturaleza que la funda, una diversidad de ritmos correlativos. Instancias
de despliegue y retorno, el círculo se cierra sobre el comienzo, pero un poco
más acá, o más allá, continúa el proceso, en lo que se incluye, dentro del
ciclo, una dinámica lineal sin involucrar ruptura en su desarrollo.
Del mismo modo que el golpe de un látigo, los sucesos históricos, sea
de la importancia que fueren, presentan sus períodos de gestación,
contracciones enérgicas y repentinas sacudidas de un ímpetu que se ha ido
gestando en las entrañas ocultas, pero perceptibles para la visión escrutadora y
esclarecida. La historia, por lo demás, junto a sus partos, también presentará
sus abortos. Y es que los sucesos, desde la base energética que contiene toda
tendencia a la acción, se desatan, se asocian los coordinables, se chocan entre
ellos, dando lugar, muchas veces, a un todo neto orientado hacia una forma inestable,
un organismo inviable de vida corta, llamado a representar en el teatro de la
historia no más que un ser transicional, entre formas societarias señaladas para
ser más estables.
Cada época histórica presentará, en función de la transformación
contextual de sus variables epocales, una diferencia intrínseca más o menos
marcada con las precedentes. Estas variaciones en el medio modelan e imponen la
materia de tipos humanos variables, modificando al mismo tiempo sus
posibilidades de desarrollo, correlativas a los medios disponibles para su
acción.
Para Ortega cada generación que entraba en la vida de la historia traía
consigo una impronta personal que señalaba el destino que venía llamada a
cumplir. Del conflicto entre las generaciones coexistentes en los mismos períodos
epocales surge una tensión, la tensión que tensa el arco vital y que dispara la
historia.
Ahora bien, ¿cuál es el período que marca una generación? En términos
generales podemos definir una generación como aquella camada de
individualidades modeladas bajo el mismo clima de época y que dispone de medios
similares para su desenvolvimiento. En función de ello, las diferencias entre
las generaciones serían, en principio, mayores o menores. Ahora bien, es el caso
que la historia presenta sus ritmos de variación, y si la ruptura cultural
verificada en rasgos temporales objetivamente idénticos se acentúa, el tiempo
histórico se acelera y este proceso se acentúa, decimos, con la técnica.
La técnica acelera el tiempo, porque dota a los organismos de miembros
artificiales para su acción de transformación del medio vital. Y si el lapso de
transformaciones efectivas se contrae, la identidad epocal se disgrega en
períodos cada vez menores. Las generaciones se multiplican pudiendo
verificarse, con cierta facilidad hoy, diferencias ciertas entre las
generaciones de los nacidos en los 70, con la de los que somos nacidos en los
80 y, al mismo tiempo, de la nuestra con la del 90. En cada caso, pareciera, la
continuidad temporal se fragmenta y la cualidad deja el lugar a una serie de
incrementos cuantitativos unívocamente direccionados.
Y es que la técnica no solamente acelera el tiempo, sino que también lo
direcciona. El influjo técnico depende de variables sociales lo que a su vez
influirá en el modo en que se privilegien las ciencias, en virtud de su
utilidad tecnológica. El capitalismo burgués transformó el concepto de la
teoría, eminentemente contemplativa de los griegos, en acción práctica
intelectualmente medida que, para resultar efectiva, requería de articulaciones
conceptuales. Bajo este molde se forja el triunfo de todo un nuevo tipo humano,
hombre hábil, pero miope, utilitario pero sin profundidad ni vuelo.
Ya Hegel, en su Filosofía del derecho, había notado que el trabajo, transformando una materia natural y exterior, transforma al mismo tiempo al hombre que la modela. Por una dialéctica misteriosa, todo aquello que el hombre objetiva, queriendo con ello ejercitar su dominio, lo somete; y es así que nuestro mundo, transformado en un inmenso mecanismo de desenvolvimiento inercial, generará un nuevo tipo humano, cada vez más adaptado a un medio progresivamente más complejo, tornándolo con ello en un ser cada vez menos libre, en tanto fragmentado en un tiempo profundamente acelerado.
Ya Hegel, en su Filosofía del derecho, había notado que el trabajo, transformando una materia natural y exterior, transforma al mismo tiempo al hombre que la modela. Por una dialéctica misteriosa, todo aquello que el hombre objetiva, queriendo con ello ejercitar su dominio, lo somete; y es así que nuestro mundo, transformado en un inmenso mecanismo de desenvolvimiento inercial, generará un nuevo tipo humano, cada vez más adaptado a un medio progresivamente más complejo, tornándolo con ello en un ser cada vez menos libre, en tanto fragmentado en un tiempo profundamente acelerado.
Y es que la aceleración del tiempo, lejos de lo que pudiera llegar a
creerse siguiendo las consideraciones con que principiamos nuestro trabajo, en
lugar de acentuar las rupturas generacionales al fragmentar la temporalidad en
instantes en rapidísima fuga, producirá –contrariamente– una homogeneización de
las personalidades en la medida en que las experiencias no tienen el tiempo de
ser asimiladas y madurar al hombre que las vivencia, condición necesaria para
ingresar a la vida adulta. La dispersión etárea de nuestras sociedades es,
quien lo duda, inmensa, quizás mayor que en ninguna otra época; pero los modos
de vida se emparientan: tanto el joven como el viejo se parecen cada vez más, y
es que ni uno ni el otro son lo que sus años harían prever: ambos, con
aptitudes y disposiciones variables, disgregados y modelados artificialmente
bajo el mismo molde, regido por principios mecánicos autonomizados y ciegos, se
precipitan en los derroteros históricos sin comprensión ni reflexión del papel
que vienen llamados a representar.
De cuatro capítulos básicos se compone la desnaturalización y
alienación de la persona humana en nuestras sociedades. Capitalismo con su afán productivista, burguesismo con su afán de vida cómoda y consumista, nutrirán a la técnica que, arrastrando al hombre que
la crea acelerará una historia ya inhumana, y la especialización que fragmenta al individuo convirtiendo su misma alma
en un instrumento más. Desde entonces, la carne humana y sus huesos serán un
engranaje más, una rueda ciega socialmente aceitada, llamada a aplastar sin
consciencia los cráneos de todos aquellos que se detengan, siquiera un segundo,
a razonar qué estamos haciendo de nuestro mundo, por demás tan bello.