viernes, 18 de diciembre de 2015

LA SABIDURÍA DE BRUCE LEE


“No pienses, ¡siente! Es como si un dedo señalara la Luna.
No te concentres en el dedo, o te perderás toda esa gloria celestial”

Bruce Lee en Operación Dragón


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Habiendo encontrado en la Web una saludable profusión de pensamientos de nuestro querido maestro ideal y también estudioso, pensador y autor, nos dispusimos a buscar algún teórico capacitado para poner en orden y asir lo que se nos presenta solamente de un modo fragmentario. No habiendo encontrado personas capacitadas y siquiera dispuestas para llevar adelante la empresa, hemos tomado la labor a nuestra cuenta y riesgo. Ahora bien, como el arte es largo y el tiempo es corto, nos ocuparemos de unos escasos fragmentos que pueden resultar reveladores y tornar, en cierta forma, superfluo un desarrollo de los corolarios o demás cuestiones accesorias.
Todos los que hemos tenido contacto más o menos serio con un entrenamiento de artes marciales, recordamos las continuas repeticiones y esos momentos del esfuerzo sobreponiéndose al cansancio. Recordamos, sobre todo, ese interés en evitar la dispersión, y lograr una concentración e intensificación de los movimientos centrados y ordenados por una conciencia despierta. No se trata tanto de ampliar, sino de profundizar. De coordinar los movimientos y disciplinar las acciones y el pensamiento. Se trata, por lo tanto, de una disciplina reglada, cuyo aprendizaje supone un desarrollo metódico y un esfuerzo sincero:

No le temas al hombre que ha ensayado una sola vez 10.000 patadas. Teme al hombre que ha ensayado una sola patada 10.000 veces.

Una vez asido, la esencia del movimiento se integra. Entonces, se ejecuta de manera automática. Poincare señalaba que, extrañamente, muchas de las operaciones de las matemáticas tienden a evitarnos el tener que pensar. Esto se explica porque las acciones se asimilan (y los pensamientos no dejan de ser acciones mentales) y, por lo tanto, se tornan espontáneas. Esta ejecución, que supone una fuerte concentración, tiene puntos en común con un reflejo condicionado. Reflejo que responde a la estructuración de una segunda naturaleza adquirida mediante el hábito y el esfuerzo metódico y reglado. El fin del arte, que imita a la naturaleza, es perfeccionarla y seguir sus cursos naturales, evitando la dispersión y redireccionando su curso, a través de la mínima resistencia, hacia el logro final de la perfección.

La simpleza es el último paso del arte.

La simpleza es la naturalidad de los movimientos. Todo movimiento o acción aprehendida supone al principio cierta tosquedad de movimientos. La fluidez, que parece naturalidad, es la consumación del esfuerzo racionalizado. La disciplina, y el conocimiento íntimo con la materia, supone reconocer los pliegues por los que se desliza de manera más natural. Entonces, el movimiento se ejecuta sin esfuerzos, dejándose simplemente llevar a través del curso espontáneo del fluir natural:

Conocerse a uno mismo es estudiarse en la interacción con otra persona. Si quieres entender la verdad de las artes marciales, ver a todo oponente claramente, debes olvidar nociones como estilos, escuelas, prejuicios, aficiones y aversiones. Entonces, tu mente olvidará todo conflicto y tendrá descanso. En este silencio, podrás ver total y claramente.

Así como la simpleza es el fin del arte, la superación de estilos es la suprema perfección de la disciplina. Cuéntase que en su última e inacabada película, Bruce Lee estaba interesado en poder ilustrar este punto de las limitaciones de cada estilo. El juego de la muerte ilustraba a través del ascenso por la pagoda, la confrontación con distintos contrincantes donde sus respectivos estilos se depuraban y los vencía la fluidez y la naturalidad de la superación final de la limitación correlativa a cada estilo, lo que supone un máximo de adaptación a un escenario de variación continuo.

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Todos estos elementos que señalamos muestran claramente la adscripción de Lee a la filosofía taoísta. El Tao, no obstante estar en todas partes, resulta inaprensible. De no serlo, no podría ser el origen y encontrarse en el fundamento de toda otra cosa. Tan sutil que es, se identifica no con el ser y la consistencia, sino con el no ser y la debilidad, que es el fundamento y la vía eterna, cuya perfección es regreso al reposo.
En plan puramente cinéfilo, recuerdo una película de Jet Li donde, luego de una serie de desventuras, su personaje se volvía loco. Un sacerdote taoísta lo acompañaba y pudo ser testigo de sus progresos con la filosofía del Tao. El personaje recuperó la cordura, y el sacerdote señaló: “Busqué el Tao toda la vida sin comprenderlo, y él lo encuentra después de haber perdido la cordura”. 



Escena de El maestro de Tai Chi (1993)


La paradoja se cierra en un nudo inextricable, pero se abre en una luz deslumbradora. Se debe extraviar la razón, y no es solamente la cordura lo que debe perderse. La Simplificación es el único camino hacia el No-ser.
Este es el camino del no Camino. El único practicable, ya que de lo que se trata, finalmente, es de no llegar a ningún lado. El hombre muere en la fortaleza, y se afirma en la subordinación y adaptación. El camino del flujo que se deja llevar de un modo espontáneo, sin la interferencia de la acción, es el movimiento más eficaz. Por eso el único modo de hacerlo todo es no haciendo nada. Por eso, en el límite último de toda perfección, la misma perfección se olvida a sí misma y anonada; lo que entonces queda es algo simple, inasible, casi sin sustancia. El Tao es el camino del desasimiento de todo formalismo, de la fluidez y del abandono:

Vacía tu mente. Vuélvete sin forma y sin cuerpo como el agua. Cuando el agua se sirve en una copa, se convierte en la copa. Cuando el agua se sirve en un jarro, se convierte en el jarro. Sé agua, mi amigo.


lunes, 23 de noviembre de 2015

La metafísica de Edgar Allan Poe (continuación)

P.— Quisiera que se explicase usted mejor, míster Vankirk.
V. — También lo querría yo; pero eso requiere un esfuerzo mayor del que soy capaz de hacer. No me pregunta usted adecuadamente.
P. — ¿Cómo he de interrogarle, entonces?
V. — Debe usted empezar por el comienzo
P. — ¡El comienzo! Pero ¿dónde está el comienzo?
V. — Ya sabe que el comienzo es Dios[1].

La metafísica tiene que vérselas, fundamentalmente, con el tema del comienzo. Ese comienzo sin comienzo de donde todas las cosas, de una u otra forma, proceden, obsesionó la mente de los filósofos y desveló sus conciencias en una búsqueda perpetua. ¿Quién sabe qué misterio se esconde en el origen? El artista superior tiene su palabra en este debate varias veces milenario. Quizás la índole misma del problema exija de la naturaleza el concurso de otra facultad, además de la simple inteligencia discursiva. Será la intuición la que penetre en profundidad y con su visión global sea capaz de esclarecer la naturaleza de unos vínculos tenues y racionalmente imprecisos. En esa visión el misterio estalla en un océano de luminosidad donde nos enceguecemos.
Las limitaciones de la racionalidad Edgar A. Poe las supera literariamente con el recurso de la influencia mesmérica. Ésta, según sus palabras, al limitar la acción de los sentidos burdos, guarda un parentesco extraordinario con la muerte. Las potencias mentales se repliegan y el alma, sola consigo misma, se esconde en su núcleo más etéreo. En este punto, su visión intuitiva se tornará posible. El alma separada de la materialidad retrasa el efecto de la muerte, precisamente porque el influjo mesmérico permite la interlocución con una conciencia desencarnada. Eso explica la trama de El caso del Señor Valdemar y también explica el final de la Revelación mesmérica. En esta especie de substracción vivencial de las tramas de la materialidad, las limitaciones discursivas se debilitan y es posible alcanzar una visión sincrónica y sinóptica, siempre y cuando la voluntad sea interrogada del modo adecuado.

Las abstracciones pueden ser una diversión y un ejercicio, pero no se adueñan del espíritu. Por último, mientras permanezcamos sobre la Tierra, la filosofía, estoy persuadido de ello, nos mandará siempre en vano que consideremos las cualidades como cosas. La voluntad puede asentir; el alma, el intelecto, nunca. Repito, pues, que he sentido tan sólo a medias, y nunca he creído intelectualmente. Pero en una época reciente hubo en mí cierta mayor profundidad de pensamiento hasta hacerle adquirir tan extraña semejanza con la aquiescencia de la razón, que fue difícil distinguir entre los dos. Tengo motivos para atribuir la huella de ese efecto a la influencia mesmérica. No podría explicar mejor mi idea que por la hipótesis de que la exaltación mesmérica me hace ser capaz de percibir un sistema de razonamiento que en mi existencia anormal me convence, pero que, por una plena concordancia con el fenómeno mesmérico, no se extiende, excepto por su efecto, hasta mi existencia normal. En el estado hipnótico, el razonamiento y su conclusión (la causa y su efecto) están presentes simultáneamente[2].



Siendo estas las posibilidades ofrecidas por el sueño hipnótico, emerge la posibilidad de utilizar ese recurso para el conocimiento relativo a las realidades primeras. El comienzo es Dios, eso ya lo sabemos. La sana filosofía enseña que antes del movimiento está el pensamiento, y que antes del pensamiento se encuentra Dios. ¿Pero cuál es la naturaleza de ese Dios que se expresa mediante el pensamiento y cuya providencia gobierna, desde el principio al final, el curso del universo entero?

P.— ¿No es Dios inmaterial?
V.— No hay inmaterialidad; es ésta una simple palabra. Lo que no es materia, no es nada en absoluto, a menos que las cualidades sean cosas.
P.— ¿Es Dios, pues, material?
V.— No. (Esta respuesta me dejó muy asombrado.)
P.— Entonces, ¿qué es Él?
V.— (Después de una larga pausa, y balbuciente.) Le veo; pero es una cosa difícil de decir. (Otra larga pausa.) Él no es espíritu, pues existe. No es materia, “como usted la entiende”. Pero hay “gradaciones” de materia que los hombres no conocen; la densa empuja a la ligera, la ligera penetra a la densa. La atmósfera, por ejemplo, empuja al principio eléctrico, mientras el principio eléctrico pasa a través de la atmósfera. Estas gradaciones de materia aumentan en tenuidad o en ligereza hasta que llegamos  a una materia “imparticulada” — sin partículas—, indivisible, “una”; y aquí se modifica la ley de impulsión y penetración. La materia esencial o imparticulada no sólo penetra las cosas, sino que las impele, y “es”, por ende, todas las cosas en una misma. Esta materia es Dios. Lo que los hombres intentan corporeizar en la palabra “pensamiento” es esa materia en movimiento[3].
Todo lo que existe supone la existencia de un soporte. Dios no es inmaterial, ya que él mismo es ese soporte. Luego debe ser material. Pero la materia, como todo lo demás, nos ofrece un caso donde se aplica la universal ley de las gradaciones. Existen formas de materialidad más densas y otras más tenues. Desde las manifestaciones más groseras ofrecidas por nuestros sentidos mundanos, nos elevamos gradualmente, nos espiritualizamos, hacia el origen mismo de toda otra determinación, el substrato fundamental y único, una physis viva y original, que él denomina “materia imparticulada”:

P.— ¿Puede usted darme una idea más precisa de lo que es para usted el término materia imparticulada?
V.— Las materias que los hombres conocen escapan a los sentidos poco a poco. Tenemos, por ejemplo, un metal, un trozo de madera, una gota de agua, la atmósfera, el gas, el calórico, la electricidad, el éter luminoso. Ahora llamamos materia a todas esas cosas y abarcamos toda materia en una definición general; pero, a despecho de eso, no hay dos ideas más esencialmente diferentes que la que asignamos al metal y la que asignamos al éter luminoso. Cuando nos fijamos en este último, sentimos una tendencia casi irresistible a clasificarle con el espíritu o con la nada. La única consideración que nos contiene es nuestra concepción de su constitución atómica, y aun aquí, tenemos necesidad de pedir a nuestra noción de un átomo, como algo poseyendo, en una infinita exigüidad, solidez, tangibilidad, peso. Suprimida la idea de la constitución atómica, no seremos capaces mucho tiempo de considerar el éter como una entidad, o, al menos, como materia. A falta de una palabra mejor, podríamos llamarle espíritu. Demos ahora un paso más allá del luminoso éter; concibamos una materia mucho más rara que el éter, como el éter es mucho más raro que el metal, y llegaremos al fin (a despecho de todos los dogmas escolásticos) a una masa única, a una materia imparticulada. Pues aunque podamos admitir una infinita pequeñez en los átomos mismos, la infinitud de la pequeñez en los espacios entre ellos es un absurdo. Habrá un punto, habrá un grado de rareza, en donde, si los átomos son bastante numerosos, los interespacios deberán desaparecer, y la masa, juntarse. Pero habiendo quedado ahora apartada la consideración de la constitución atómica, la naturaleza de la masa se desliza inevitablemente dentro de lo que concebimos como espíritu[4].


Conjuntamente con el grado de sutileza, nos hundimos gradualmente en el ámbito de lo infinitesimal. En un extremo ideal, no existirá el espacio vacío. Existe, sí, una especie de velo de materia muy sutil, cuyas agitaciones de pensamiento se extienden en forma de movimiento generador, adquiriendo gradualmente una forma más densa. La manifestación de la naturaleza aparece, así, como un continuo formado por el pensamiento en su proyección fuera de sus fuentes luminosas y perfectas. La diferencia entre espíritu y materia, términos usados en el curso del diálogo por Poe, debe ser, no obstante el rechazo de la distinción ofrecida anteriormente, precisada, dado que en esos términos se comprende generalmente la naturaleza de lo humano, que busca esclarecerse:

V.— Sí, para evitar una confusión. Cuando digo “espíritu”, quiero decir materia imparticulada o suprema; por “materia” entiendo todo lo demás.
P.— Ha dicho usted que “para las nuevas individualidades la materia es necesaria”.
V.— Sí, pues existiendo el espíritu incorpóreo, es simplemente Dios. Para crear seres individuales, pensantes, era necesario encarnar porciones del espíritu divino. Por eso el hombre está individualizado. Despojado de la vestidura corporal, sería Dios. Ahora el movimiento especial de las porciones encarnadas de la materia imparticulada es el pensamiento del hombre, como el movimiento conjunto es el de Dios[5].
La materia, a semejanza de los filósofos escolásticos, hace las veces de principio de individuación en la concepción de Poe. El núcleo de lo humano, desprovisto de toda materialidad, coincidiría con la divinidad. Pero hasta ese grado de despojamiento es imposible llegar. El motivo es que no puede haber una causa sin consecuencia. Y la creación, en su regreso completo y homogéneo a la divinidad original, se perdería. La acción del pensamiento, manifestado en la creación de las individualidades y el universo, no alcanzaría resultado. Existe entonces, un pequeño límite, que siempre separará al hombre de la pureza de Dios, un velo tenue, que los luminosos rayos de la divinidad pueden traspasar, transfigurando la esencia de la humanidad.
El hombre, por lo tanto, se compone de un núcleo de naturaleza semejante a la de Dios, y de diversas capas de materia más o menos densa. El hombre no puede desprenderse, finalmente, del cuerpo, porque hacerlo sería desprenderse de su individualidad. ¿Pero acaso no nos muestra la muerte esa disgregación de los elementos materiales? ¿Qué significa, entonces, la liberación del espíritu de la prisión del tabernáculo de la materia? ¿Es la muerte el fin de todo?

P.— No comprendo. ¿Dice usted que el hombre no podrá desprenderse nunca del cuerpo?
V.— He dicho que no podrá estar nunca sin cuerpo.
P.— Explíquese.
V.— Hay dos cuerpos: el rudimentario y el cabal, correspondientes a las dos condiciones de la oruga y de la mariposa. Lo que llamamos “muerte” no es sino la metamorfosis dolorosa. Nuestra encarnación actual es progresiva, preparatoria, temporal. Nuestra encarnación futura es perfecta, suprema, inmortal. La vida final es el objetivo supremo.
P.— Pero tenemos una noción palpable de la metamorfosis de la oruga.
V.— “Nosotros”, ciertamente, pero no la oruga. La materia de que está compuesto nuestro cuerpo rudimentario está al alcance de los órganos de ese cuerpo, o, más claro, nuestros órganos rudimentarios son apropiados a la materia de que está formado el cuerpo rudimentario, pero no a la de que está formado el supremo. El cuerpo supremo escapa por eso a nuestros sentidos rudimentarios, y percibimos sólo la envoltura que cae, en el declinar de la forma interior, no la forma interior misma; pero esta forma interior, lo mismo que la envoltura, es apreciable para los que han adquirido ya la vida final[6].


[1] Poe, E. A., “Revelación mesmérica” en Cuentos, Traducción de Julio Gómez de la Serna, Barcelona, Planeta de Agostini, 199, p. 182.
[2] Op. Cit., p. 181.
[3] Op. Cit., p. 183.
[4] Op. Cit., pp. 184-185.
[5] Op. Cit., p. 186.
[6] OP. Cit., p. 187.

domingo, 11 de enero de 2015

La filosofía del arte: la metafísica de Poe


I

Oinos. -Entonces, ¿es todo movimiento, de cualquier naturaleza, creador?

Agathos. -Así debe ser; pero una filosofía verdadera ha enseñado hace mucho que la fuente de todo movimiento es el pensamiento, y que la fuente de todo pensamiento es...


Oinos. -Dios.

II

La filosofía del arte consiste, fundamentalmente, en una inmersión en la substancia creativa del artista y en una comprensión de los resortes esenciales a su concepción, conjuntamente con el mecanismo peculiar de la misma. Pero, para ello, es necesario preliminarmente indagar en la filosofía que se encuentra detrás, y adentro, de sus realizaciones simbólicas. La ratio profunda de una obra artística es el sentimiento que se desborda. Pero sus límites se encuentran fijados por la índole peculiar de la misma, en una articulación lógica y racional que la administra y expresa. La razón, lejos de oponerse al sentimiento, lo torna operativo. El sentimiento, lejos de desvirtuar la inteligencia, le otorga dirección y profundidad. La intuición es la combinación magistral de las facultades coordinadas en su tarea de auscultación de la realidad substancial que manifiestan los seres. La intuición, así, trascendiendo la contingencia, comienza una especie de anclaje en lo eterno. Talento que es de unos pocos grandes genios, muy espaciados a través de la historia y casi siempre marginados en su tiempo.

En el caso de Poe, este escritor expone sus ideas filosóficas en unos cuantos escritos que podríamos denominar escatológicos. Ello es así, porque se sitúan en una esfera transmundana, y desde allí, desde la perspectiva de lo que ya está completo, nos refieren la historia y los acontecimientos del fin de esta nuestra vida carnal, de la destrucción de ese pequeño mundo que nos soporta y del inerme protagonista del drama humano que nos mantiene fascinados. Pero el final, otorga la perspectiva adecuada de la evaluación de los eventos. El Coloquio de Monos y Una narra los sucesos que siguen a la muerte del protagonista. La pérdida de los sentidos, la evolución de las sensaciones, el aturdimiento de las funciones y la emergencia de nuevas formas de aprehensión cognoscitiva que vendrían a estallar en el renacimiento de un cuerpo transfigurado. El Diálogo de Eiros y Charmión narra los sucesos que preceden al estallido del planeta. El encuentro con un cometa que se acerca, satura la atmósfera gaseosa en un fluido combustivo y lo transforma en una gran masa ígnea. Finalmente, tras la destrucción completa del mundo, El poder de las palabras refiere el encuentro de dos personas renacidas, y su conversación acerca de ciertos misterios del cielo que fundan el carácter de los objetos creados. Allí ellos, ejercitándose en la posesión de sentidos nuevos, surcan el cielo y abaten sus alas, sacudiendo la atmósfera etérea de la inmensidad del infinito estrellado; el sentimiento subyugado y la razón, reverente, se torna hacia el misterio de la creación, hacia la pregunta filosófica relativa al origen del universo manifestado.


Ya no existen sueños en el Edén, no nos encontramos más presos de fantasmas que nos subyugan. Por eso nuestros mismos nombres deben ser modificados. Así, en El poder de las palabras, Ágathos, uno de los protagonistas, responde las inquietudes de Oínos, el otro recién llegado. De este modo, en relación a la creación de los seres contingentes, Ágathos aclara:

Agathos. -Quiero decir que la Deidad no crea.

Oinos. -¡Explícate!

Agathos. -Solamente creó en el comienzo. Las aparentes criaturas que en el universo surgen ahora perpetuamente a la existencia sólo pueden ser consideradas como el resultado mediato o indirecto, no como el resultado directo o inmediato del poder creador divino.

Oinos. -Entre los hombres, Agathos mío, esta idea sería considerada como altamente herética.

Agathos. -Entre los ángeles, Oinos mío, sencillamente se la considera una verdad.

 Estas expresiones, con abordar un problema teológico perenne, se inscriben en el marco de un contexto dado: en este caso, el ambiente científico plantea la posibilidad de creación artificial de la vida. En ese sentido, se entiende el problema acerca de si esa creación humana vulnera la de Dios junto a la cuestión acerca de si esa creación artificial puede ser esgrimida contra la natural y divina.  La solución encontrada ancla en la vieja idea de las razones seminales y la distinción entre causas secundarias y primarias.
Ya en los albores de la reflexión teológica, Agustín abordó el problema de la interpretación de las Escrituras. En un lugar, se afirma que Dios creó todas las cosas juntas, pero por otro lado, en el comienzo del relato del Génesis se habla de una creación sucesiva. Ahora bien, en primer lugar, todas las cosas nacen juntas en tanto refieren al mismo presente intemporal. En segundo lugar, todas las cosas se encuentran complicadas en las causas fundamentales de la realidad. Del mismo modo, en Poe, las causas fundamentales de la realidad, los principios constitutivos que fundan la posibilidad de toda otra dinámica emergente, se articulan de acuerdo al ímpetu primeramente impuesto en la matriz fundamental, donde encuentra sustento toda potencialidad. De esta manera, a las realizaciones concretas de la realidad manifestada, se le abren, gradualmente, la posibilidad de nuevos causes a través de actualizaciones diferenciales, abiertas en la condición de coexistencia del espacio y orientadas hacia el porvenir a través de la dimensión diacrónica del tiempo. Se dará, así, una sucesión de formas manifestadas, surgidas a través de la acción de causas secundarias, que permiten dar cuenta de la aparición de otras realizaciones ontológicas diferenciadas. Existe, de este modo, una creación en evolución, pero a través de la idea de las razones seminales, todas las causas se encuentran en la identidad convergente del origen:

Oinos. -Los mundos estrellados que surgen hora a hora en los cielos, procedentes de las abisales entrañas del no ser, ¿no son, Agathos, la obra inmediata de la mano del gran Soberano?

Agathos. -Permíteme, Oinos, que trate de llevarte paso a paso a la concepción a que aludo. Bien sabes que, así como ningún pensamiento perece, todo acto determina infinitos resultados. Movíamos las manos, por ejemplo, cuando éramos moradores de la tierra, y al hacerlo hacíamos vibrar la atmósfera que las rodeaba. La vibración se extendía indefinidamente hasta impulsar cada partícula del aire de la tierra, que desde entonces y para siempre era animado por aquel único movimiento de la mano.

Todo movimiento es creador. El movimiento de las causas secundarías crea los seres contingentes y las realizaciones mudables; el de la causa primera, funda el carácter substancial de la realidad universal en su desarrollo formativo. De esta manera, es posible descubrir la cadena causal que sostiene los procesos y según la cual se desarrollan los seres creados. La retrogradación matemática, permite, dado un estado determinado de la realidad, encontrar el antecedente causal que le corresponde. La reflexión relativa a esta capacidad de asignar todas las causas a todos los efectos, no obstante su importancia, no se verificó en las concepciones científicas. Y es que los matemáticos no vieron que:

De lo que sabían era posible deducir que un ser de una inteligencia infinita, para quien la perfección del análisis algebraico no guardara secretos, podría seguir sin dificultad cada impulso dado al aire, y al éter a través del aire, hasta sus remotas consecuencias en las épocas más infinitamente alejadas. Puede, ciertamente, demostrarse que cada uno de estos impulsos dados al aire influyen sobre cada cosa individual existente en el universo, y ese ser de infinita inteligencia que hemos imaginado, podría seguir las remotas ondulaciones del impulso, seguirlo hacia arriba y adelante en sus influencias sobre todas las partículas de toda la materia, hacia arriba y adelante, para siempre en sus modificaciones de las formas antiguas; o, en otras palabras, en sus nuevas creaciones... hasta que lo encontrara, regresando como un reflejo, después de haber chocado -pero esta vez sin perturbarlo- en el trono inmaculado de la Divinidad.


En este caso, mediante una experiencia intelectual de especulación pura, alcanzamos la materia imparticulada, la causa fundamental de la realidad: Dios mismo, en su dinamismo creador, verificado fuera del tiempo en las entrañas silenciosas de la eternidad. En las profundidades de la causa primera, fuera del tiempo y aquende la sucesión, se encuentra el origen esencial de todos los seres. El movimiento procedente de Dios, se denomina pensamiento, el que penetrando a través del éter conforma la materia, dando origen a la realidad más densa y al conjunto de las manifestaciones percibidas por nuestros sentidos groseros… Estás cuestiones, deberán esperar ocasión más propicia, para ser debidamente tratadas. Aquí, simplemente nos alcanza con consignar la presencia de algunas nociones filosóficas: el eslabonamiento de causas, y tras él, un presente contemporáneo a toda la serie, distinción entre causas fundamentales y derivadas, y la concepción del movimiento como creador.
 Lo que subyace, en este diálogo, en acto literario y en la belleza profunda de su efecto narrativo, es la consideración del verbo eterno y el Lógos creador y divino. Razón, que penetra en la realidad manifestada, constituyendo el andamiaje del encadenamiento causal, forjando, así, las razones seminales que constituyen la trama del devenir universal. Aquí, entendemos también, en un análisis más fino, que esta razón que nos es específica será también agente de creación. La creación divina se continúa en la humana. Y el hombre actualiza su potencia en los movimientos creativos de su razón, en la conformación de un nuevo estado de la realidad, capaz de sobreponerse a las determinaciones más inmediatas de su naturaleza diabólica o bestial. Es así como Poe, en este punto, termina el relato afirmando los contrastes de la conformación humana y dando cuenta, conjuntamente, de su dinamismo creador. Los contornos plásticos de la materia transfigurada tórnanse, así, ocasión de una expresión simbólica más sólida en realizaciones tangibles más fecundas acerca de los destinos humanos y el papel vital del arte. Arte que crea la belleza, sugiriendo una realidad contemporánea, arquetípica y eterna; orientación vital única, con su capacidad intrínseca de dar vida, y tornar perenne, a toda forma elevada de belleza.


III

Agathos. -Te he hablado, Oinos, como a una criatura de la hermosa tierra que pereció hace poco, de impulsos sobre la atmósfera de ese mundo lejano.

Oinos. -Sí.

Agathos. -Y mientras así hablaba, ¿no cruzó por tu mente algún pensamiento sobre el poder físico de las palabras? Y es que cada palabra, ¿acaso no es un impulso en el aire?

Oinos. -¿Pero por qué lloras, Agathos... y por qué, por qué tus alas se pliegan mientras nos cernimos sobre esa hermosa estrella, la más verde y, sin embargo, la más terrible que hemos encontrado en nuestro vuelo? Sus brillantes flores parecen un sueño de hadas... pero sus fieros volcanes semejan las pasiones de un corazón turbulento.

Agathos. -¡Y así es... así es! Esta estrella tan extraña... hace tres siglos que, juntas las manos y arrasados los ojos, a los pies de mi amada, la hice nacer con mis palabras apasionadas. ¡Sus brillantes flores son mis más queridos sueños jamás realizados, y sus furiosos volcanes son las pasiones del más turbulento e impío de los corazones!